El misterio del elevado consumo de las lámparas de bajo consumo
Tengo mi hogar equipado sólo con lámparas fluorescentes compactas de bajo consumo. Y vivía feliz pensando que respecto a mis vecinos, que las tienen halógenas, tenía un ahorro de un 75 %. Pero desde que instalé un display del consumo eléctrico o smart-meter empecé a descubrir cosas extrañas. Por ejemplo, cuando encendía las luminarias de iluminación básica formadas por dos tubos fluorescentes compactos tipo TC de 13 W, que debían consumir alrededor de 26 vatios, el contador marcaba 70 vatios. Era evidente que este sobreconsumo debía ser por la reactancia incorporada en el portalámparas. Pregunté a algunas tiendas del sector y me decían que no era posible, que era un defecto del smart-meter por la alta intensidad eléctrica (!) de las lámparas fluorescentes.Pero el smart-meter, en general, cuando medía únicamente el consumo de otros aparatos -desde el equipo de música hasta la lavadora-, daba una lectura aproximada bastante exacta respecto a las especificaciones técnicas del consumo aportadas por el fabricante. Lo cierto es que mi ilusión por haber hecho instalar estas luminarias de bajo consumo empotradas, en lugar del estándar en halógenas que tienen los demás vecinos como iluminación de serie en sus viviendas, se derrumbó. Yo pensaba que tenía un ahorro importante, pero al ver el resultado de las mediciones del conjunto reactancia-lámpara me di cuenta de que no ahorraba tanto. Mis dos luminarias de bajo consumo suman casi unos 70 Wh y las originales halógenas de 50 W a 230 V suman 100 Wh, es decir, sólo un ahorro del 30 %, cuando estaba convencido de que era de un 75 %.
Finalmente, me dispuse a investigar el tema con todo detalle. He desarmado el diferencial para dejar sin electricidad el circuito del alumbrado y así he trabajado sin peligro de choque eléctrico. He sacado la luminaria empotrada y, como era previsible, tenía la correspondiente reactancia a modo de sombrero. Me he dispuesto a sacarle el balasto y cambiar el portalámparas por uno de rosca convencional (tipo Edison o E27). A continuación, le he roscado una lámpara de bajo consumo de las que se venden en los supermercados y que incorporan ya el balasto.
Luego he vuelto a las pruebas con el smart-meter. Mientras el consumo indicado por el display en el conjunto lámpara-balasto de 13 W sumaba los 35 W, el nuevo sistema de lámpara de bajo consumo con rosca E27 de 11 W marcaba simplemente 12 W. Así que he podido comprobar cómo la mayor parte de la iluminación de tipo industrial -en la que se utilizan supuestamente sistemas de bajo consumo con tubos fluorescente compactos tipo TC (ya sean de cuatro o más tubos fluorescentes con casquillo tipo G23 o similar), se equipan con las reactancias que añaden un nada despreciable sobreconsumo.
Luego he iniciado una investigación sobre hasta dónde puede llegar el consumo eléctrico del balasto. Por suerte, el mío era de un fabricante español que ofrece información cualificada sobre sus productos y además en su catálogo lo explica bien clarito.
También he podido advertir que hasta hoy no existe ninguna norma internacional que establezca los límites para las pérdidas propias de los balastos. Sin embargo, el propio uso, la práctica y la evolución tecnológica y características han ido definiendo una clasificación, concretamente para los balastos utilizados con las lámparas fluorescentes, con el fin de que el usuario pueda seleccionar la combinación balasto-lámpara deseada para cada aplicación. El sistema de clasificación, así como el método de medida, desarrollados por CELMA (Comité de la Asociación Europea de Fabricantes de Luminarias), formado por los fabricantes de componentes que son miembros de la misma, queda definido por un valor límite que representa la potencia máxima absorbida por el conjunto balasto-lámpara y se identifica por una letra, que define su Índice de Eficiencia Energética (IEE) en inglés EEI.
En esta clasificación de los propios fabricantes se han establecido siete clases o niveles para cada tipo de lámpara, en función de la potencia total absorbida por el conjunto balasto-lámpara, aunque la Directiva Europea 2000/55/EC recoge esta clasificación y es aplicable desde el 20 de noviembre de 2000.
Los siete índices, empezando por el de más alta eficiencia (A1), hasta el de menos (D):
A1, A2, A3, B1, B2, C y D
Otro dato interesante es que estos índices no tienen una correlación directa con la tecnología empleada en los balastos o reactancias y están referidos a un factor BLF (Ballast Lumen Factor = Factor de luminosidad del balasto), el cual consiste en la relación siguiente:
BLF = Flujo de la lámpara con reactancia en ensayo
Flujo de la lámpara con reactancia de referencia
El BLF se ha establecido que sea BLF = 1 para los balastos de alta frecuencia o electrónicas y BLF = 0,95 para los electromagnéticos.
En fin, que cada fabricante indicará sobre el balasto y en el correspondiente catálogo, el IEE del conjunto, en lugar de indicar las pérdidas propias de la reactancia. Así que mi balasto era de tipo EEI = B2. Así, por ejemplo, la diferencia entre un balasto de tipo A2 y el mío de tipo B2 es de 7 vatios de más. Esto se puede ver en las especificaciones que da el propio fabricante.
Llegados a este punto, el misterio ha quedado al descubierto. Ahora lo que me queda es empezar a substituir las nueve luminarias que tengo repartidas por toda la vivienda. Así que tengo trabajo de bricolaje para unos días. Pero con la alegría del descubrimiento, me he decidido a hacer un experimento inmediato. He substituido en el baño las dos bombillas fluorescentes compactas empotradas por dos lámparas LED de 5 vatios a 220 V de coloración 827 (luz cálida) con rosca GU10. El resultado ha sido que, con un ambiente de iluminación equivalente, he reducido casi a la mitad el consumo que tenía hasta ahora. En realidad, tengo un fluorescente de 40 W y un extractor que consume 25 W conectado al encendido de las dos bombillas de bajo consumo empotradas de 13 W.
Así que ahora el consumo de todo el conjunto es de 75 W contra los 145 W que consumía antes. Las dos lámparas LEDS me han costado casi 80 euros, pero su duración es como mínimo el triple de las lámparas fluorescentes compactas que tenía. Es evidente que si en algo tan cotidiano como es la iluminación uno tiene que hacer un cursillo para entender el tema, es que realmente tenemos un grave problema de analfabetismo energético. Así que la moraleja, por el momento, es que entre los tubos fluorescentes compactos TC y las lámparas fluorescentes compactas con rosca E27 con el balasto incorporado, estas últimas son más ahorradoras. Pero está claro que a las empresas distribuidoras de la electricidad les importa un rábano el ahorro. Tampoco les importa mucho a los ministerios gubernamentales que homologan los electrodomésticos. Menos todavía les importa la iluminación de bajo consumo, ya que esta fabulosa pérdida energética con los tubos fluorescentes compactos TC no la explica nadie.
Para terminar, y para que uno tenga claro hasta dónde llegan las fugas energéticas, simplemente diré que instalé el pasado invierno una bomba de calor Inverter clase A (la más eficiente) de Panasonic. Contra todo pronóstico, resulta que tiene un consumo latente (aunque uno tiene la impresión de que no hay nada conectado) de nada menos que 40 Wh. La maquinilla es muy eficiente cuando trabaja, pero en reposo se zampa casi 1 kWh al día. Así las cosas, tuve que decidir si la dejaba en reposo y, de este modo, programar su encendido, o si la dejaba en ayunas y al llegar a casa ya se calentaría. Escogí la segunda opción, de modo que tiene cortado el diferencial que la controla, a menos que deba ponerla en marcha. El instalador del servicio técnico de Panasonic se quedó sorprendido cuando le indiqué este dato que él mismo pudo ver en mi smart-meter, y es que en las especificaciones no se indica el consumo en standby, reposo o lo que es lo mismo, aparentemente apagada. Todo sea porque este 35 % de ahorro -el que puede tener una bomba de calor de clase A-, al menos pague un peaje para que las distribuidoras eléctricas sigan engordando sus beneficios económicos, que luego reparten entre sus directivos, a costa de perder vatios por un tubo a causa del analfabetismo energético colectivo.
El primer paso para apuntarse al máster de consumo eléctrico es averiguar si es posible instalar un smart-meter en nuestro hogar. Las demás clases y prácticas para el ahorro energético vendrán rodadas cuando este aparatito empiece a medir y a acumular datos.
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